viernes, 30 de octubre de 2009

¡¡MANDEN SUS CALAVERITAS!!


El martes 3 de noviembre en la noche, a eso de las 9, leeremos las calaveritas que nos hayan enviado.

martes, 22 de septiembre de 2009

"El grito de independencia" de Juan Villoro

"¡Qué nacionalistas son ustedes!", me dijo una azafata colombiana mientras despegábamos de México un 16 de septiembre. La noche anterior había visto la ceremonia del Grito y estaba sorprendida de nuestra capacidad de expresar amor a la Patria con cornetas y lluvias de confeti.

Su comentario no era crítico, sino admirativo. En vísperas del Bicentenario de la Independencia, ¿qué estado de salud guarda nuestro sentido de la identidad?. Por principio de cuentas habría que considerar que el nacionalismo hecho en México no es defensivo ni reivindicativo como la mayoría de los movimientos étnicos o culturales que subdividen Europa en tiempos de globalización. Se trata de un nacionalismo fiestero. Cuando gritamos "¡Viva México!", no pensamos en reconquistar Texas ni expulsar a los argentinos que ocupan puestos en las pasarelas de la moda o la delantera de la selección nacional. Nos entregamos a la ceremonia para preservar la muy mexicana costumbre de estar juntos y de preferencia apretujados.

Aunque las banderas tricolores de tamaño S, M, L o XL vengan de Hong Kong, sirven de eficaz salvoconducto para lanzar cohetes, comer esquites, tomar las plazas. Sólo el 15 de septiembre, la vida pública se interrumpe por frenesí. Ser patriota en esa noche significa aplastar un cascarón de huevo relleno de confeti en la nuca de tu compadre y que él sonría, agradecido por el guamazo fraternal La dimensión del suceso es íntima, del todo ajena a la conducta del Producto Interno Bruto, los precios del petróleo o la actuación del Presidente. No se festeja el estado de la Patria, sino nuestro gozo de gritar en nombre de la Patria. El 15 de septiembre nos fundimos en un tejido articulado por el agua de horchata; las pepitas atenazadas entre el índice y el pulgar; los hules que la lluvia convierte en una segunda piel; el olor agrio de la multitud matizado por vapores ricos en cilantro y epazote; las exclamaciones de "¡no empujen!" seguidas de las de "¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!" (que sirven para empujar); la olla providente de los tamales y el silbido náutico de los camotes; las demasiadas chelas; el urgente uso de suelo que permite orinar a la intemperie; la inconfundible presión de un palito de elote en las costillas; el zumbante rehilete tricolor; el merolico que anuncia "llévese su máscara de Salinaaaaaaas"; el esplendor de la piratería (en el ojo del huracán humano, alguien vende pilas para cámaras digitales o mini calcetines para proteger el iPod); el gran bazar de la quincalla y la bisutería; los muchos objetos, todos ellos provisionales, que nos permiten reconocernos como parte de la tribu.

Al igual que las concentraciones del Ángel de la Independencia, la grey del 15 llega al Zócalo, las embajadas mexicanas en el extranjero y las plazas movida por el entusiasmo. Sin embargo, en este caso no está respaldada por una insólita victoria deportiva ni por haber conseguido un esforzado empate, variante local del triunfo épico. En la noche del Grito, la Patria puede atravesar su peor momento, competir con Iraq en índice de secuestros y periodistas asesinados, sin que eso detenga las serpentinas. No celebramos la excepción, el mérito inaudito, sino la norma, ser como somos, o como semos, que no es lo mesmo.

Los requisitos del 15 de septiembre son sentimentales; la remota promulgación de un derecho hace que nos suba la bilirrubina. Nadie revisa con rigor histórico lo que pasó en 1810 ni lo que habría sucedido si Hidalgo hubiera tomado la capital cuando pudo hacerlo. El motivo original, los insurgentes de patilla egregia, se borra ante las necesidades del presente, consagradas a echar relajo. Para participar en el convite no se requiere de otra seña de identidad que la estruendosa carcajada ni otro pasaporte que pronunciar "Chiquitibum". No es necesario conocer la letra del himno ni estar enterado de quién fue el Pípila. En ese momento se es mexicano con la sencilla y afrentosa naturalidad con que se agita una matraca o se usa un sombrero de un metro de diámetro. El linaje no depende del jus soli o el jus sangui sino del derecho a echar montón, a ser uno con los muchos otros.

Una figura esencial del desmadre mexicano es el colado. En la fiesta del Grito abundan los que no son de aquí, pero se naturalizan con buches de tequila y alaridos de triple impacto. ¿Importaría que un despistado gritara "¡E-cua-dor!" en medio del coro vernáculo? La verdad, no nos daríamos por enterados, o volveríamos a escuchar "Mé-xi-co", la palabra que es como el bombo de la batería, la base sonora de la noche, el tam-tam que se oye más con el estómago que con los oídos, por encima del reggaeton, la quebradita tex-mex, el estallido ponchis-ponchis, los ritmos híbridos incapaces de acallar la sangre devota que cita en sus latidos a Ramón López Velarde.

Al fragor de las cornetas de plástico, los talismanes nos congregan mejor que los héroes. Aldama, Mina y Allende importan menos que el penacho azteca, la melena afro tricolor y el jorongo de chiles serranos que identifican a Pedro, María y Juan como protagonistas de la jornada.

Noche del disfraz y la artesanía, del ex voto y el souvenir, el 15 de septiembre sigue el decurso del carnaval sin sus implicaciones religiosas o esotéricas. La gente se conoce y desconoce, se pinta las mejillas de verde, blanco y colorado, accede a arrebatos pánicos, llega a la catarsis de los fuegos de artificio sin otra causa que la pasión republicana. ¿No es raro estar frenético en nombre de la ley? El mismo país que ignora la Constitución y refuta la normatividad convierte un principio jurídico, un acto de soberanía, en causal de gran pachanga. A diferencia de las muchas ceremonias nacionales que alternan el cristianismo con la sensualidad pagana y justifican tesis sobre el sincretismo religioso, el 15 de septiembre es carnavalesco de un modo cívico, sin pedir el apoyo de los mitos. No incluye otro rito de paso que gritar los apellidos de los héroes. Su protocolo es el de la juerga aderezada con lo que juzgamos nuestro, del ponche al mariachi loco. Si el pretexto de la fiesta es un decreto que puede olvidarse pasada la medianoche, su cumplimiento involucra a los cinco sentidos en una apropiación privada, orgánica, de lo público: la Constitución es el evanescente motivo para probar el agua de jamaica y el agradable escalofrío de los toques eléctricos.

En la intensidad sensorial de la noche se producen los gestos unitarios del faje rápido y la manita de puerco, el pisotón y el albur, la caricia entibiada por el jarrito de atole, la espalda de junto que sirve para limpiar el agua que cayó del cielo y tal vez era de riñón. El festejo es inquebrantable por la forma en que lo íntimo se vuelve compartible. ¿Qué identidad cristaliza ahí? Hace mucho que el paisaje dejó de ser homogéneo. Las plazas se llenan de mexicanos tatuados, mexicanos torcidos, mexicanos rubios (oxigenados, o no, o nomás tantito), mexicanos con piercing, mexicanos pirata, mexicanos jodidos, mexicanos gallones, mexicanos alienígenas, mexicanos exprés, mexicanos de siempre, mexicanos de exportación, mexicanos típicos, mexicanos raros, mexicanos de calendario, mexicanos hartos de ser mexicanos, mexicanos de dibujos animados, mexicanos como no hay dos, los muchos modos que tenemos de ser La Raza, cuya única estadística se expresa así: "¡Somos un chingo y seremos más!"

La macroeconomía, es decir, el Virreinato

La variopinta multitud del día 15 sabe que la gesta tuvo un origen remoto, pero lo que se conmemora a través del gozo sólo depende del instante. Acaso el Bicentenario obligue a repasar las cosas con más calma, no durante la noche de los cohetes, sino antes o después de quemar la pólvora. Los países de América Latina que hace 200 años decidieron correr su propia suerte son hoy un teatro de las paradojas. Con ánimo bolivariano, los equipos de futbol de la región se unieron en la liga Libertadores. De acuerdo con los tiempos que corren, el empeño ha recibido patrocinio español. La justa se ha rebautizado como la copa "Santander-Libertadores" para honrar a la entidad bancaria que la hace posible. Tal vez en el futuro cristalicen otros proyectos que apelen de manera simultánea a la independencia y la dependencia, como el "Hotel Soberanía Nacional-Meliá", el "Museo de la Patria-Corte Inglés" o la cadena de comida rápida "Albóndiga de Granaditas-Ybarra".

Que el futbol latinoamericano dependa de un banco español podría ser un detalle baladí. Por desgracia, es la metáfora perfecta de países donde algunas de las empresas más rentables se llaman Repsol, Gas Natural, Endhesa, Telefónica, Iberia, Caja Madrid o Mapfre. Los tres principales grupos editoriales que operan en la región son españoles y el principal periódico del idioma es español. La Torre del Bicentenario, que estuvo a punto de erigirse en la Ciudad de México con apoyo de la compañía española Zara, hubiera aportado otra ironía al festejo. ¿Virtud de ellos o culpa nuestra? No se le puede regatear méritos a una sociedad democrática como la española, que supo erradicar la pobreza, combatir la corrupción y unir su destino al europeo. Por desgracia, mientras España se convertía en un próspero país de clase media, México se dividía en 40 millones de pobres, una casta de empresarios impunes que operan con dinámica de monopolio y, en medio de ellos, una vacilante población que paga impuestos. Doscientos años después de la colonia, es más barato comprar en España un paquete turístico a la Riviera Maya que hacerlo en México, y una llamada telefónica de Madrid al DF cuesta lo mismo que el IVA de una llamada en sentido inverso. ¿Qué ha pasado? El retorno de la dependencia peninsular llega a reforzar la que ya tenemos de Estados Unidos. Las calles del México independiente son escenarios donde prosperan uno, dos, tres Starbucks. ¿Llegaremos a la utopía de Los Simpson en la que toda una cuadra sea ocupada por cafeterías Starbucks?

¿Basta mantener los límites de la geografía política y las 200 millas de derecho marítimo para impedir que se desnacionalice un país? El maíz, origen del hombre en las cosmogonías prehispánicas, es la planta nacional que ahora importamos de Estados Unidos, donde se utiliza para hacer etanol (quizá por eso Speedy González corre tanto) y donde viven los paisanos cuyas remesas mantienen a flote nuestra economía.

¿Qué tan independiente es un país donde el dinero circulante proviene en su mayoría de los migrantes, el narcotráfico y el subsuelo que, tarde o temprano, dejará de dar petróleo? No sólo la autosuficiencia económica, sino la soberanía misma parecen estar en entredicho. Por eso la polémica sobre el futuro del petróleo ha despertado tanto interés y tanto encono. Estamos acostumbrados a definirnos de manera reactiva ante los extraños, no a partir de lo que somos sino de lo que ellos nos deben o de la forma en que nos molestan: hemos sido botín de los españoles, los gringos y los extraterrestres, a juzgar por nuestro récord de avistamientos de ovnis. Provenimos del mestizaje, las ciudades más "típicas" de México tienen un casco colonial (Zacatecas, Oaxaca, Guanajuato, Morelia) y el nombre más común del país no es Ilhuicamina sino José Hernández. Sin embargo, en las escuelas la Independencia se sigue enseñando como un extraño regreso a las esencias: éramos mexicanos puros, dejamos de serlo en la conquista y volvimos a serlo cuando sonó la campana de Dolores.

La visión patriotera del origen ha tenido una función ideológica compensatoria para explicar el fracaso: la NASA no está en México porque Pedro de Alvarado degolló a los astrónomos vernáculos. En el discurso oficial, la Conquista ha servido de pretexto para justificar un presente empantanado. En su libro Mis tiempos, el Presidente López Portillo señala que sintió toda la fuerza de su poder cuando ordenó destruir una manzana de edificios coloniales en el DF para explorar las ruinas del templo mayor. La solución ecuménica hubiera sido hacer una arqueología subterránea, respetando ambas culturas, pero esto habría impedido la demoledora exhibición del ejecutivo y su gesto de supremacía identitaria, es decir, su extraña modernidad prehispánica. Al establecer contacto con un esplendor pretérito, el nuevo emperador azteca buscaba, a un tiempo, encarnar la tradición y recordar que los agravios del pasado justifican la crisis del presente.

Aceptar las mezclas de las que estamos hechos pertenece a la misma operación política y cultural que enfrentar el colonialismo contemporáneo. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz planteó el desafío de reconocer la identidad para vencer complejos. Al propio autor, ese enfoque le pareció esquemático y lo matizó en Posdata: "El mexicano no es una esencia sino una historia". Abierto al tiempo, se somete a nuevas realidades. En La jaula de la melancolía, Roger Bartra cerró el tema de la identidad vista como algo unívoco e inmanente. Somos mixtos y no siempre lo somos del mismo modo. Sólo desde la seguridad de lo nuestro, la cambiante pluralidad que nos conforma, podemos distinguir lo ajeno. "Lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc", dice el dicho que hace falta poner en práctica.

En su obra de teatro Dirección gritadero, el dramaturgo francés Guy Foissy propone la creación de un espacio donde la gente se desahoga con alaridos. No estaría mal que tuviéramos un lugar así para los días hábiles, un Gritadero cívico donde verter nuestras propias inconformidades. Nadie nos escucharía, por supuesto, pero al menos nos serviría de terapia. Por ahora disponemos de una fecha incontrovertible para unirnos en el desfogue y transfigurar las ganas de tantas cosas en jolgorio y hedonismo. El 15 de septiembre no ha perdido brío ni lo perderá. El entusiasmo en que se basa se alimenta de sí mismo y no requiere de más evidencia histórica para ocurrir que el calendario. No hay modo de mermar nuestra íntima noción de pertenencia. Sin embargo, en la cruda del 16 de septiembre convendría revisar qué le pasó a un país donde la Independencia se celebra con banderas hechas en China, donde compramos mole en Wal-Mart y donde pagamos los tragos y las botanas del Grito con una tarjeta BBVA.

martes, 11 de agosto de 2009

El dilema de Houdini

¡Manden sus relatos sobre encierros!

martes, 30 de junio de 2009

También vale la pena que vayan a este sitio:

www.davidlynch.es

Para los fanáticos de David Lynch

Ver nota en www.pagina12.com.ar




Domingo, 14 de Junio de 2009
Internet > El proyecto on-line de David Lynch
Pastoral americana
Después de una película tan extrema como Imperio, nadie sabía bien qué esperar de David Lynch. Hasta ahora: armado de una cámara digital, el director formó un equipo de filmación que se embarcó en un viaje por los Estados Unidos para entrevistar a cientos de norteamericanos anónimos. Todas esas historias, filmadas en digital, dieron forma a Interview Project, la nueva serie de cien episodios que retrata la “América Profunda” y que ya puede empezar a verse en su página web.

Por Violeta Gorodischer
Se lo considera un director oscuro, o al menos uno capaz filmar la oscuridad para volverla aterradoramente visible. El New York Times lo definió alguna vez como “un Norman Rockwell psicópata”, en referencia al ilustrador de las familias felices de Coca-Cola. Un retratista del interior norteamericano, que supo espejar en varias de sus películas la imagen deforme del american way of life. Si lo siniestro es aquella suerte de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares, la obra de David Lynch supo capturarlo como pocos. Blue Velvet escarba en las redes de una pequeña comunidad a partir de una oreja tirada en un baldío (preámbulo a la violación espiada desde un armario que viene después), Corazón Salvaje es una road movie con alusiones al viaje iniciático de Dorothy del Mago de Oz, pero sumándole el embarazo y las torturas psicológicas, la serie Twin Peaks muestra un apacible pueblo de pinos, montañas y tartas de frambuesas donde el asesinato de una adolescente destapa el perfil macabro de cada uno de sus habitantes. Incluso en Una historia sencilla, la más “light” de sus películas (distribuida por Disney), lo cotidiano empieza a volverse inquietante. A simple vista, un viejito de lo más tierno (Richard Farnsworth poco antes de pegarse un tiro a causa de su cáncer terminal) logra atravesar Estados Unidos sobre una podadora de pasto para visitar a su hermano enfermo, con el que no habla desde hace años. Simple, simpático y emotivo. Pero resulta que el viejo vive con su hija, que tiene una especie de retraso mental y a quien le sacaron, a su vez, la tenencia de sus propios hijos. Resulta que al ir de Estado en Estado, el hombre va viendo cosas: una mujer desequilibrada que atropella ciervos en la ruta, una adolescente embarazada que camina sin rumbo, un cura taciturno que vive atrás de un cementerio... Acaso por haberse criado en Missoula, Montana, cuna de los indios sioux llamada por muchos “la América profunda”, Lynch suele alejar sus historias de las megaciudades para rondar siempre en torno del bosque, las carreteras, las comunidades aparentemente tranquilas. Y en Interview Project, su nuevo proyecto, ronda los mismos lugares: un equipo de filmación recorrió 20.000 millas alrededor de los Estados Unidos, durante 70 días, para entrevistar a personas encontradas al costado de la ruta, en los bares, las montañas, los pueblos dormidos. Esos pequeños espacios que a Lynch tanto le gustan, tal vez porque esconden los más grandes secretos.
Eterno retorno
En Atrapa el pez dorado (Mondadori, 2008), un híbrido genérico donde conviven la meditación trascendental, la biografía y las reflexiones sobre su propia obra, el director asegura (entre otras cosas) que ya está aburrido del cine como formato, del celuloide, más bien. Demasiado esfuerzo, mucha complicación. De ahí su apuesta a las nuevas tecnologías para seguir produciendo arte: desde haber filmado Imperio, su última película, en video digital, hasta la transformación de su página web (www.davidlynch.com) en una suerte de usina creativa donde colgar sus “experimentos” y ofrecer sus productos. Una serie de cortos para Internet titulada Dumb Land, una sitcom surrealista con conejos (Rabbits), y el corto en digital Darkened Room, deudor del terror japonés, fueron algunos resultados de su decisión. Pero Interview Project marca una diferencia con todo lo visto hasta acá. Se trata de vidas contadas en primera persona, en un lapso que va de los tres a los cinco minutos. Retratos de gente común que se renuevan cada tres días. Nada más. Algo tan sencillo, tan concreto, que la pregunta se cae de madura: ¿es esto “lyncheano”? ¿Puede considerarse parte de su obra? La diferencia abismal que hay con una película como Imperio, donde el argumento se retuerce sobre sí mismo hasta que hay que entregarse y dejar de intentar entender, impone el desconcierto. Muchos dijeron que la complejidad de su trama hace que Carretera perdida y El camino de los sueños parezcan cuentos cerrados, pero si Imperio es, en el mejor de los casos, el universo de una mujer desesperada (con todo lo inexplicable y terrible y pesadillesco que eso conlleva): ¿qué resto queda? ¿Qué podía seguir después de una película tan extrema que prácticamente no resiste el análisis? “Trataré de seguir investigando, de experimentar. Tras Imperio no sabemos, ni siquiera yo, qué esperar”, había dicho Lynch al respecto. Y sin embargo, la aparente incongruencia de ese final festivo con música de Nina Simone parecía anunciarnos que no todo era oscuridad. Después de tres horas de escenas terribles, los actores haciendo un playback de “Sinnerman” muestran, en el punto más álgido y retorcido, que es necesario regresar a lo simple.
Mirarlos hablar
“La gente cuenta sus historias. Es tan fascinante mirarlos hablar, conocerlos. Es algo humano, no pueden quedarse afuera de eso”, arenga un entusiasmado David Lynch, al presentar Interview Project desde su página web. El “conócete a ti mismo” del Pez Dorado dejando paso al “conoce al otro”. La prioridad es darle lugar al relato liso, la narración más elemental. Claro que no es tan fácil hacer las obsesiones a un lado, y una vez más estas historias están en los márgenes de Estados Unidos. En California, por ejemplo, la entrevista que inaugura el ciclo muestra a un hombre al costado de la ruta. Música y cámara en movimiento para pasar las montañas, los pastizales, los pintorescos trenes colorados. Se ve el asfalto gris, las líneas amarillas que quedan atrás, algunas casas. Y después él. Se llama Jess y está sentado sobre una mochila. El bastón que se apoya contra el alambrado sugiere que necesita ayuda para incorporarse, aunque nunca se lo ve de pie ni se habla del tema. Tiene anteojos negros, gorra con visera, barba canosa y tupida. Con un inglés algo cerrado, cuenta que estuvo dos años en Vietnam, que su mujer se llevó a sus hijos, que no pudo ver a su padre antes de que muriese, que no se animó a sacar a su madre del geriátrico. Por momentos, la cámara busca el contexto donde esto sucede: las palmeras que enmarcan el cartel de “Needles, California”, dos camiones que se cruzan a lo lejos, las casas bajas de alrededor, un letrero viejo y borroso que cuelga del alambrado. El manejo del sonido, los encuadres particulares, los planos cerrados y las fugas al paisaje en los momentos clave del relato no sólo dan dinamismo sino que muestran que David Lynch sigue ahí, monitoreándolo todo. Y lo mismo pasa con Tommie Holliday, un hombre de 54 años al que encontraron en Kingdam, Arizona, en el estacionamiento de un Centro de Adultos. El plano lo muestra de pie, delante de su camioneta rosa. Cuando explica que no puede ver al amor de su vida porque ella mató a su ex novio con una ametralladora, un repentino fundido a negro con sonido de balas y varios puntos blancos revela la potencia creativa del proyecto. Después el relato sigue, un helicóptero pasa por detrás. También está Kee, un integrante de la comunidad Navajo que, rodeado de enormes montañas rojizas, habla del descubrimiento de su sexualidad, de la adolescencia travestida, las depresiones, la vergüenza, qué cosas pedía y todavía le pide a Dios. A su alrededor, sólo un águila atravesando el cielo celeste y sin nubes.
La idea es que las entrevistas se vayan acumulando en la página, donde una infografía en la que se “pinchan” las caras de los entrevistados ya empieza a delinear un mapa humano de los Estados Unidos. Interview Project no es más que eso: una red de relatos orales que seguirá creciendo de acá a fin de año. Como en una espiral, Lynch decidió que era tiempo de ir en busca de todo ese material que posiblemente inspiró varias de sus ficciones. Acaso el espejo más nítido del verdadero interior norteamericano.
> Los tres primeros capítulos
Cuando tengo 64
Jess, 64 años,
entrevistado en Needles,
California
Soy Jess, soy de Colorado y tengo 64. Nací en Baker, Montana, en 1944. Mi padre siempre decía: si ves un caballo, súbete. El no creía en los autos. A los dieciocho hice el servicio militar y ése fue el fin de mi infancia. Estuve dos años en Vietnam, algunas cosas como ésa. Me casé con la madre de mis hijos, pero a ella le gustaban las drogas y otros tipos más que yo. Al poco tiempo se fue, se llevó a los chicos con un cuento raro de irse a Alaska que ni yo ni nadie creímos. No hablé con nadie de mi familia en los últimos quince años, no vi a mis propios hijos en los últimos veinticinco. ¿Arrepentimientos? Tengo una canasta llena de arrepentimientos, pero no pude hacer nada con eso. No vi a mi padre antes de que muriera, no saqué a mi madre del supuesto geriátrico donde la había puesto mi hermana. No hubiera podido hacerlo solo. No estoy orgulloso de nada, sólo de estar vivo. Soy un hombre viejo, tengo pelo gris en la cabeza, mido 1,80. ¿Y qué?
El amor y la ametralladora
Tommie, 54 años,
entrevistado en Kingman,
Arizona
Mi nombre es Tommie Holliday. Vivo en Kigman, Arizona. Tengo 54 años. ¿Y qué era lo otro? (Risas.) Nací en 1953 en Houston, Texas. Vine de una familia pobre, con un padre alcohólico, en un barrio pobre. A los 14 me quedé solo, me echaron de casa. Mi primer trabajo fue en una pista de patinaje, limpiando después de las sesiones. Después conseguí otro instalando aislamientos en casas, me iba bastante bien. Después fui operador en una papelera, trabajé ahí hasta los 17. Después entré a un frigorífico, donde terminé como carnicero. Hice buena plata. Ultimamente soy un cero a la izquierda, no tenga vida, no hago nada. Ando por ahí, no sé. Mi novia, el amor de mi vida, tuvo un novio antes que yo. Nosotros estábamos saliendo hacía como seis años pero este novio la acechaba: ella se mudó como veinte veces para alejarse de él. Y tres días antes de que ella lo matara, él me dijo que si no volvían a estar juntos iba a matarla con sus hijos. Aparentemente, fue, la atacó con un hacha, y ella tenía una ametralladora y lo mató. Me quedan 16 meses hasta que pueda verla, entonces vamos a casarnos e irnos lejos de acá. Vamos a tener una vida juntos. Me gustaría irme a Montana, lejos de la gente, en el medio de la nada, lejos de la sociedad. Lejos de estos idiotas, ¿entendés? Esa gente que te trae nada más que problemas. Esos son mis sueños y esperanzas: agarro a mi novia y me voy a Montana. Sería el hombre más feliz sobre la Tierra.
Dios y la travesti
Kee, entrevistado en Tuba City, Arizona
Hola, mi nombre es K. J., bah, me conocen así, pero mi nombre es Kee Jackson. Bueno, soy de Virgo, y si saben algo de astrología, sabrán que somos muy salvajes y muy traviesos. Crecí con un montón de amigos; como nuestros padres estaban fuera del estado, trabajando, nos dejaban juntos en dormitorios. Cuando estaba en el primario era un buen alumno, me recibía con honores, salía primero en concursos de deletreo y de discursos. Académicamente era brillante. Cuando llegué a la secundaria tuve que enfrentar mi sexualidad... a dónde pertenecía, a quién pertenecía... todas esas cuestiones. Hubo un tiempo en el cual estuve deprimido. Fue cuando tuve que identificar quién era yo. Al ser criado como gay, hay un montón de cosas que tenés que enfrentar cuando salís a la sociedad. Cuando tenía entre 15 y 23 parecía una chica: usaba tacos, era un travesti. Llegué al punto de usar productos femeninos hasta darme cuenta de que en realidad yo era un hombre. Estaba muy perdido. Lo que me hizo volver fue la Preparatoria: ahí me di cuenta de que podías ser lo que quisieras, sin tener que cambiar tu personalidad. Yo creo que Dios me hizo cambiar. Si ustedes creen en Dios, van a entender de qué estoy hablando.
www.interviewproject.davidlynch.com
Los episodios se renuevan cada tres días.
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martes, 23 de junio de 2009

¡¡¡QUÉ BUENAS LAS COLABORACIONES SOBRE BRASIL!!!

Nos escuchamos hoy, eh? A ver qué les parece lo que les llevo preparado.

martes, 16 de junio de 2009

¡HOY CON BRASIL!

Busquen Bufo & Spallanzani de Rubem Fonseca, Ediciones Cal y Arena.

Y si se les antoja, también vale la pena, de Rubem Fonseca, Ella y otras mujeres. Ahora leeremos un cuento de ahí.